La siguiente fase del viaje

En la introducción, el autor ya nos ofrece interesantes preliminares, sobre cómo la comunidad científica confunde religión con creencia en el más allá, en la vida después de la muerte, o cómo se puede afirmar ésta última sin tener una creencia al respecto, sino un mero respeto por los hechos.

En primer lugar, Taylor expone una bien sustentada revisión de cómo la relación cerebro – mente es más difusa de lo que la neurociencia defiende en el mejor de los casos. Hay correlaciones eventuales entre actividad consciente y su correspondiente electroencefalograma (EEG), sin embargo, puede haber actividad consciente sin que éste la recoja, o actividad en EEG sin que haya actividad consciente.

Además, nuestro autor, añade famosos casos donde individuos tienen una función cognitiva consciente normal sin que haya apenas masa craneoencefálica.

En segundo lugar, aparecen las conocidas Experiencias Cercanas a la Muerte (ECMs). Pero aparte de explicar en qué consisten éstas, el autor nos ofrece nada menos que un caso de verificación que no recordamos en ninguno de los estupendos inventarios que Holden o Rivas han realizado. Se trata de un colega de Taylor, John, que tras sufrir una operación de trasplante fue capaz de distinguir que en el quirófano estaba sonando música clásica bajo anestesia general.

El siguiente asunto tratado en este artículo es el de las visiones en el lecho de muerte. En primera instancia se destaca que dichas experiencias, contra las alucinaciones habituales causadas por la demencia o los medicamentos, tienen una serie de características que las hacen propias, como por ejemplo la comunicación aparente con familiares ya fallecidos o el producirse un breve tiempo antes del fallecimiento de quien experimenta dichas visiones. Además, se dan casos en los que él o la moribunda tiene acceso a información, como por ejemplo la muerte reciente de otra persona querida, de la cual no había sido informada.

En tercer lugar, Taylor discute el consabido asunto de la percepción extrasensorial en personas vivas (como la telepatía) como explicación alternativa a la supervivencia de la conciencia a la muerte del cuerpo biológico. El autor descarta esta posibilidad puesto que las características de las experiencias en el lecho de muerte sobrepasan lo que se ha conseguido con la percepción extrasensorial en laboratorio y porque la gente que las experimenta no ha mostrado percepción extrasensorial en el pasado.

Seguidamente se añade que hay otras formas de comunicación post-mortem como las apariciones en situaciones de crisis (como accidentes) o aquellas que aportan información relevante y desconocida con anterioridad.

En cuarto lugar, Steve Taylor, se ocupa de la mediumnidad. El autor refiere el famoso caso del contacto con un antiguo maestro del ajedrez con quien un médium contacto para jugar una partida con un ajedrecista vivo, donde aquél mostró conocimientos propios del maestro fallecido. La enorme capacidad de los médiums estudiadas en el pasado, refuerza la posibilidad de establecer contacto con el más allá.

El capítulo se cierra con los estudios de hasta quíntuple ciego (esto es un método para evitar filtraciones y otros sesgos) que muestran de forma inequívoca que la mediumnidad se puede reproducir en laboratorio.

El quinto capítulo de Steve Taylor versa sobre la reencarnación, otro lugar común en los estudios y trabajos que hablan de la vida después de la muerte del cuerpo.

Es mencionado el enorme trabajo realizado por Ian Stevenson y su discípulo Jim Tucker que recogen casos de niños y niñas que recuerdan vidas pasadas incluyendo recuerdos que han podido ser verificados. Del mismo modo se incluyen algunos casos occidentales bastante conocidos.

Finalmente, el artículo habla de cómo también pueden ser una prueba de la existencia del más allá las llamadas experiencias espirituales donde se acepta la muerte sin miedo, se vive de forma no productiva y las personas se vuelven más altruistas.

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