Hace unas semanas apareció en varios medios de comunicación una noticia llamativa: “Captan por primera vez lo que le ocurre al cerebro antes de morir: la vida podría pasar ante nuestros ojos”.
Fuente: (https://www.larazon.es/sociedad/20220228/2ggglw3tnzb5jf6ejoybvapfui.html).
En el texto se leía que un grupo de neurocientíficos había capturado por primera vez de forma casual la actividad cerebral de una persona inmediatamente después de morir. En el EEG aparecían ondas gamma asociadas con la recuperación de recuerdos, con lo que se especulaba que esas ondas podrían reflejar el momento de la revisión de vida que se cuenta en las ECMs.
Como siempre, conviene ir a los textos originales, a los artículos publicados en revistas profesionales, y poner en principio entre comillas lo que aparece en los medios de comunicación de masas, que persiguen siempre maximizar la audiencia y que “la realidad no estropee un buen titular”.
Una lectura detallada del artículo original («Enhanced Interplay of Neuronal Coherence and Coupling in the Dying Human Brain»
https://www.frontiersin.org/articles/10.3389/fnagi.2022.813531/full ) ya revela que los propios autores dan seis motivos por los que no se deberían extraer conclusiones precipitadas de este caso: resumiendo, es un único caso de un paciente epiléptico, con hemorragia intracraneal, y al haber recibido medicación anticonvulsiva, sus ritmos cerebrales estaban muy probablemente alterados. Por tanto no es un caso especialmente paradigmático.
En cualquier caso, la afirmación más “atrevida” que formulan los autores es esta: “Es intrigante especular con que esa actividad (eléctrica) podría reflejar un último “recuerdo de la vida” que pudiera ocurrir en un estado próximo a la muerte”. Estamos pues ante una “especulación intrigante” según los propios autores.
Aunque en el artículo se habla de un “paro cardiorrespiratorio clínico” en el segundo 720 de la monitorización, en la propia gráfica del electrocardiograma que se presenta, se observa que después de ese momento el corazón sigue con actividad eléctrica, no se detiene. A jucio del cardiólogo Pim van Lommel, este paciente no sufrió un verdadero paro cardíaco sino probablemente una taquicardia ventricular, condición en la que no se detecta pulso pero el corazón aún hace llegar algo de flujo sanguíneo al cerebro, que se encuentra en “hipoxia” (no “anoxia” como en un verdadero paro cardíaco) y por tanto es de esperar alguna actividad eléctrica residual en el cerebro. Tampoco en este punto, el caso es significativo.
En general, hay un conjunto de artículos como este, que han explorado la actividad eléctrica residual del cerebro de roedores (Borjigin, 2013, https://www.pnas.org/doi/10.1073/pnas.1308285110) o de personas (Chawla, 2009, 2017, https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/19803731 ) tras el momento de la muerte clínica. Y se ha intentado relacionar esta actividad con las ECMs, como dando a entender que las ECMs no son más que los “estertores” eléctricos de un cerebro moribundo.
Desde nuestro punto de vista, no se puede sostener esta argumentación seriamente por dos motivos:
- La actividad eléctrica residual medida en los artículos citados queda muy lejos de la actividad compleja, orquestada y multilocalizada que se necesitaría para un nivel de consciencia tan extremo, lúcido y ultra-real como el reportado durante las ECMs. El COMA Science Group (Universidad de Lieja, Bruselas) por ejemplo, ha mostrado ya el nivel de sofisticación eléctrica que se desarrolla en el cerebro para dar soporte a la consciencia (https://www.science.org/doi/10.1126/sciadv.aat7603), una sofisticación que desde luego no se da tras el paro cardíaco. Y precisamente en la revisión de vida, se llegan a revivir situaciones con un realismo asombroso (véase la revisión de la vida de Tom Sawyer en “Después en la vida”, de Bruce Greyson, pág. 269), y casi siempre desde la perspectiva del prójimo. No hay actividad eléctrica residual que pueda explicar este nivel de consciencia.
- Las numerosas ECMs con percepciones objetivas verificadas por terceras personas, ocurridas lejos del entorno físico del paciente, por tanto fuera del alcance de sus sentidos, son inexplicables recurriendo a cualquier tipo de actividad eléctrica residual. Solo en el capítulo 2 del libro “El Yo No Muere” (vease la bibliografía en nuestra web) ya se recogen dieciocho casos de este tipo.
En resumen, a pesar del impacto mediático, estamos ante un caso muy poco significativo, que muestra una leve actividad eléctrica durante el lento apagado cerebral, claramente insuficiente para justificar la complejidad, lucidez y profundidad de la consciencia durante una ECM. Esa consciencia es por tanto de otro tipo.